31 de mayo de 2005.
Las demandas energéticas y de alimentos de una población creciente y con una
renta per cápita global cada vez mayor son los principales motores
ocultos de los problemas ambientales que sufrimos, siendo
la agricultura
probablemente la actividad humana más agresiva para el medio ambiente.
Hablar de
agricultura sostenible, pues, es un ejercicio inevitable de responsabilidad. Y
en este ejercicio se compone una ecuación con muchos factores que, integrados,
han de aumentar la productividad global a la vez que disminuyen la superficie
total cultivada y el agua empleada, han de reducir la fabricación y aplicación
de agroquímicos y han de contribuir a la limitación del uso de materias primas y
energías no renovables. Uno de los muchos factores de esta ecuación es el
desarrollo de cosechas transgénicas.
¿Qué
datos tenemos?
Uno de los mayores miedos
acerca de las cosechas OMG es la posibilidad de crear “superplantas” que invadan
descontroladamente el medio natural. Aunque los agrónomos y otros científicos
siempre han insistido en que las variedades vegetales “domesticadas” requieren,
como las mascotas, el cuidado del hombre para sobrevivir, un estudio realizado
expresamente para evaluar esta posibilidad ha confirmado estas afirmaciones (Crawley
et al, 2001, Nature 409:682). Los investigadores plantaron variedades
transgénicas y convencionales de 4 especies vegetales en 12 hábitats diferentes
y siguieron su evolución a lo largo de 10 años. Todas las variedades menos una
habían desaparecido de modo natural de estos hábitats en 3 años; la que
permaneció fue una variedad de patata no transgénica. Este estudio tiene
particular importancia porque las variedades eran resistentes a herbicidas o a
insectos, lo que podría hacer pensar en ventajas competitivas de las mismas
frente a especies autóctonas que no las poseyesen.
Otra preocupación es la
contaminación genética de especies o variedades autóctonas con el polen de
cosechas transgénicas. Este es un riesgo cierto, ya que el polen de
algunas especies puede viajar
distancias considerables y polinizar individuos muy alejados del origen. El
principio de precaución aconseja, para estas especies, normativas y prácticas
agrícolas específicas que limiten la probabilidad de contaminación genética. Sin
embargo, algunos estudios científicos que han afirmado la existencia de tal
contaminación en variedades autóctonas de maíz en Méjico se han refutado por
científicos independientes y por reconocidas organizaciones internacionales (http://www.cimmyt.cgiar.org/).
Los posibles efectos
indeseables de las cosechas transgénicas sobre la biodiversidad natural también
han recibido merecida atención. En concreto, las variedades resistentes a
herbicidas se han considerado desde algunos ámbitos como una amenaza seria para
el mantenimiento de las “malas hierbas” naturales y los animales que de ellas se
alimentan y que coexisten con los cultivos. En marzo de 2005 se publicaron los
resultados de un macroestudio encargado por el Departamento de Medio Ambiente,
Alimentación y Asuntos Rurales del Reino Unido (DEFRA) para dar respuesta a esta
preocupación (www.defra.gov.uk/environment/acre).
Este trabajo, que se ha realizado en una escala real de explotación agrícola y
que es la investigación de mayor calibre realizada hasta la fecha sobre el
impacto ambiental de las cosechas transgénicas, demuestra que las diferencias
observadas entre variedades no guardan relación alguna con el hecho de que
fuesen transgénicas o convencionales, sino con el régimen de aplicación de
herbicidas que los agricultores eligen. De hecho, algunas variedades
transgénicas que permiten una mejor dosificación de los herbicidas mantienen una
mayor diversidad de plantas y animales que sus equivalentes no transgénicas,
mientras que en otros casos la situación se invierte.
La decisión informada
Como con cualquier nueva
tecnología, la ponderación de riesgos y de beneficios es lo que finalmente
determina la decisión política de su implantación.
Aunque los
ciudadanos europeos no ponemos este tema entre nuestras principales
preocupaciones sobre el medio ambiente, sí lo consideramos uno de los aspectos
sobre los que tenemos menos información y, por lo tanto, una opinión menos
educada.
En los EEUU, la plantación de
cosechas transgénicas supuso en 2001 la producción de 1,8 millones de toneladas
más de comida/fibra que la misma superficie de cultivos convencionales, un
aumento en ganancias para los agricultores de 1.500 millones de dólares y el
ahorro de 22,3 millones de Kg. de agroquímicos (www.ncfap.org/40CaseStudies.htm).
Si en la Unión Europea el 50% de la superficie de maíz, colza, remolacha y
algodón lo hubiera sido con variedades transgénicas,
se habría
evitado la aplicación de 14,5 millones
de Kg. de insecticidas y herbicidas,
se habrían ahorrado 20,5 millones de
litros de gasóleo y se
habrían reducido
las emisiones de CO2 en 73 millones de Kg.
Los ciudadanos de los países
desarrollados, informados adecuadamente de los riesgos y los beneficios que
aporta la biotecnología al medio ambiente, tenemos la obligación moral de
responder a la siguiente pregunta: si, tomando las precauciones necesarias,
podemos contribuir a un desarrollo sostenible y más justo a través de la
agrobiotecnología, ¿queremos renunciar a él?
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