Muchos acreditados oráculos económicos, desde sus tertulianos púlpitos radiofónicos dicen que el Gobierno está cometiendo un error (como ya lo hiciera al “abrir el melón” con transportistas y pes-cadores) negociando rebajas en el precio del gasóleo con los agricultores.
Piensan, que el Gobierno no debería auxiliar a estos pedigüeños. Al fin y al cabo, dicen, son unos empresarios cualesquiera y lo que deben hacer es ser más competitivos, producir a menores costes, incorporar nuevas tecnologías que les permitan ahorrar energía y combustibles y aumentar su productividad… Y si están tan acomodados u obsoletos que no son capaces de incorporarse al flujo del liberalismo económico, el mercado libre y la globalización, pues que se dediquen a otra cosa… Siempre podremos traer tomates de Marruecos, frutas de Colombia, maíz de Estados Uni-dos, naranjas de Israel, vino de Chile y trigo de donde sea. Aquí vale con que nos queden unas botellitas de Ribera del Duero, unas garrafitas de Aceite de Sierra Magina y algunas casitas rura-les por si algún año nos cansamos del apartamento de la playa… Eso dicen poco más o menos.
Pero, esa argumentación hace aguas, porque lo mismo podría aplicarse a la industria del calzado, a las factorías textiles, a la minería, a las empresas de juguetes, a las cadenas de monta-je de automóviles, a los fabricantes de electrodomésticos grandes y pequeños y a los talleres de mobiliario de madera.
Hoy casi todo lo que se manufactura en los países desarrollados (a mí me gusta creer que el mío lo es) cuesta más caro que si se trae de fuera. Es el precio que hemos tenido que pagar (a base de impuestos, tasas y cotizaciones) por tener una sanidad que atiende a todo el mundo, unas pensiones más o menos dignas para nuestros ancianos, un sistema judicial garante de los dere-chos y libertades, un sistema político bastante democrático, una educación obligatoria para nues-tros hijos, autovías más rápidas y seguras, salarios mínimos, docenas de canales de televisión, satélites de telefonía móvil…
Si queremos que nuestras empresas sean competitivas exclusivamente por la vía de los precios con las producciones de los llamados países emergentes (ya sean los “tigres asiáticos“, los “pumas sudamericanos” o “los leones norteafricanos“) ya podemos ir pensando de cual de esos logros sociales vamos a prescindir. Porque si en esos sitios son capaces de exportar tan ba-rato no es porque sean más listos (puede que lo sean, pero no es esa la cuestión) sino porque la inmensa mayoría de la población de esos países no goza (seguramente a su pesar) de las ‘des-ventajas’ de la ajetreada vida occidental… de la “European way of life”.
Esa situación se refleja fielmente en el sector agrario. A la agricultura -a la nuestra, claro- se le requiere (no sabemos si por parte de la sociedad, o sólo por parte de quienes se erigen en vo-ceros de todos los que formamos esa sociedad) que adopte una personalidad económica esqui-zoide. Que multiplique sus rendimientos, pero reduciendo las dosis de abonos y fitocidas para no contaminar y prescindiendo del regadío para no agotar los acuíferos y de las semillas transgénicas por si acaso. Que aumente la productividad ganadera, pero extensificando la producción para me-jorar el bienestar de los animales. Que reduzca sus costes productivos, pero que haga más contro-les, más análisis, más registros, más identificaciones para asegurar la trazabilidad y ofrecer mayo-res garantías alimentarias.
Le pedimos a nuestra agricultura que sea casi ecológica, irreprochablemente sana, escru-pulosamente higiénica, de exquisita calidad, nutritiva, variada, integrada en el paisaje rural y… bueno, si es imprescindible enviar animales al matadero que se haga,… pero sin causarles estrés.
La mayoría de los agricultores estamos de acuerdo con esas exigencias, pero no con que eso tengamos que hacerlo gratis. Si exigimos rigurosas condiciones de producción deberíamos estar dispuestos a pagar por ello. Pero no es así. Un menú de diario (2 platos, postre, vino o cer-veza y café) de 9 euros en un restaurante al lado de la oficina es caro… una entrada de cine y un refresco a 9 euros nos parece bien. (Eso sin echar cuentas de cuanto se lleva el agricultor de esos nueve euros). Cualquiera somos capaces de recorrer decenas de kilómetros hasta un híper para ahorrarnos unos céntimos en el pan o la leche; locos a por la última oferta, compramos lo que “nos metemos” en el cuerpo como si fueran bolígrafos o pilas o folios de oferta ,y sin embargo, paga-mos sin rechistar 1,3 € + IVA por poner un mensaje con el teléfono móvil, para que suene el “Antes muerta que sencilla” cuando nos llamen al móvil (que ya son ganas de echar cuartos).
¡Pero cuidado con el precio del pollo!
¡Esto, y que además se lleve el dinero el intermediario, no se sostiene!
Durante un tiempo ha funcionado un cierto acuerdo tácito entre la sociedad y la agricultura plasmado en un diseño económico y alimentario que encontraba comprensible y aceptable el compensar mediante subvenciones a la agricultura las exigencias que no se remuneraban por la vía de los precios.
Pero hasta eso está en cuestión en estos momentos. No faltan voces que, desde el minare-te que proporciona un buen sueldo o un alto cargo público o casi, se alzan contrarias a las ayudas agrícolas, hostiles al proteccionismo en frontera, que repugnan de las subvenciones a la exporta-ción y se rebelan ante la posibilidad de que Gobierno acepte una rebaja de la carga impositiva que grava el gasóleo usado para producir alimentos. Que no se aceleren que pueden estar tranquilos. La Comisión Europea les va haciendo caso y las sucesivas reformas de la Unión Europea acumu-lan rebajas sobre rebajas en las ayudas agrarias. Aún ahora, cuando todavía ni ha llegado la últi-ma ola del “tsunami” de la Reforma de la PAC, la Comisión Europea ya ha ofrecido en bandeja a la OMC la cabeza de la agricultura europea con nuevo recorte del 60 % de las primas a la produc-ción.
Y en cuanto a nuestro Gobierno… nuestro Gobierno, en el colmo de la generosidad lo que nos ha ofrecido en esta crisis a los agricultores, hasta hoy, es no subirnos más los impuestos que ya pagamos y poco más.
Pues también está bien. Si esto es así, estamos de acuerdo. No queremos gasóleo barato, ni ayudas agrarias… nos vale con que se nos pague por nuestros productos lo que nos cuesta hacerlos en las condiciones que nos exigen, con los impuestos que tengamos que pagar y con el lógico margen de beneficio que espera cualquier trabajador autónomo o pequeño empresario. Tal vez eso no sea posible en este mundo globalizado cuya complejidad se nos escapa a nuestras rústicas entendederas… pero en ese caso, más vale que nos vayamos acostumbrando a comer lo que el cuerpo humano expulsa después de la digestión… ya sea de aquí o importado.
Política de comentarios:
Tenemos tolerancia cero con el spam y con los comportamientos inapropiados. Agrodigital se reserva el derecho de eliminar sin previo aviso aquellos comentarios que no cumplan las normas que rigen esta sección.