Como dirigente agrario felicito la decisión de los franceses de elegir presidente de la república a Nicolas Sarkozy, y lo hago al margen de las preferencias ideológicas, que no vienen al caso. A pesar del riesgo que entraña confiar en un dirigente político tengo grandes esperanzas en que el nuevo presidente de Francia defienda el actual modelo de agricultura europeo cuando a buen seguro lleguen tiempos difíciles para el sector primario de la agricultura y la ganadería. Y sé que echar mano de los franceses para defender nuestra agricultura requiere como mínimo una explicación a quienes no tienen otras imágenes del tema más que a éstos quemando nuestros camiones de fruta en la frontera de Perpiñán.
Al margen de rivalidades puntuales que las ha habido y seguirá habiendo –la última la negociación de la reforma de la OCM del azúcar-, la agricultura francesa tiene mucho parecido con la española, al menos en cuanto a las grandes producciones ganaderas y los cultivos extensivos de maíz y cereal se refiere. En Francia, como en España, la agricultura todavía es una actividad económica y socialmente importante, tiene peso la figura del agricultor a título principal, y en ambos países el sector primario tiene un destacado protagonismo en la ocupación y gestión del territorio, en el sostenimiento del medio rural.
Los ataques a la política agrícola común, los actuales y los que se van a producir los próximos años, van a tener tal dimensión que trascenderán de las cuestiones puntuales en las que agricultores franceses y españoles podamos tener puntos de vista distintos. Los ataques al modelo de agricultura europeo van a llegar de la Organización Mundial del Comercio, de Estados Unidos, de algunos de nuestros socios del norte de Europa capitaneados por los británicos, y de una sociedad que no ve ya en el agricultor aquel papel decisivo que tuvo en la Europa de la posguerra. Y en ese momento es en el que la continuidad de la política agrícola común necesita del liderazgo de Francia y del liderazgo de dirigentes como Nicolas Sarkozy. Sus declaraciones y compromisos en la larga campaña electoral que ha protagonizado no han dejado lugar a dudas: estamos ante un europeísta que no está dispuesto a desarticular la política agrícola que tantos éxitos ha dado a la Unión desde su creación y que, no olvidemos, ha sido casi la única en la que los estados han cedido la soberanía al proyecto común europeo.
Los franceses defienden un modelo de agricultura eficiente económicamente y complementado, cuando sea necesario, con apoyos públicos. Esto que parece una perogrullada no lo defienden todos, pues hay muchos dirigentes europeos que piensan que la agricultura es una actividad propia del Tercer Mundo y que aquí lo que hay que hacer es desmantelarla y apoyar con ayudas a los agricultores mientras le llega el momento de la jubilación. Por eso estos dirigentes que tan poco nos convienen no defienden con firmeza nuestros intereses en el seno de la OMC, no defienden con firmeza el presupuesto agrario comunitario, no defienden políticas de inversión en infraestructuras que aumenten la productividad, y no defienden avances tecnológicos que sí utilizan agricultores de otras partes del mundo con los que tenemos que competir.
En mi modesta opinión, los agraristas europeos tenemos que buscar las alianzas en el vecino país francés y, con todas las reservas que queramos poner, la opción de Nicolas Sarkozy que han elegido los franceses es la que más va a favorecernos. No tengo duda alguna que en los próximos años, cuando se debatan temas agrarios de gran envergadura, la postura del Presidente de la Republica francesa va a ser decisiva. Espero que ante las próximas decisiones que haya que tomar en Bruselas sobre temas agrarios, nuestro presidente José Luis Rodríguez Zapatero sepa que su aliado obligado se llama Nicolas Sarkozy.
Valladolid, 7 de mayo de 2007
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