La reestructuración encubierta en la que se haya sumido el sector agropecuario ha llevado a gran parte de los productores al desconcierto. Los continuos cambios en la Política Agraria Común, las sucesivas reformas de las distintas OCMs, la caída de la rentabilidad de las explotaciones, las enormes diferencias entre precios en origen y precios al consumidor, la sistemática huída de los jóvenes (sólo se produce una incorporación por cada tres agricultores que se jubilan), la criminalización que soporta el sector agropecuario ante problemas tan generales como las crisis provocadas por la sanidad animal, la siniestralidad laboral, la inmigración o los problemas medioambientales, la ausencia de una clara política hidráulica, la inexistencia de directrices claras, de objetivos, de metas, de programas, la falta de criterio de los dirigentes y tecnócratas, el continuo parcheo con medidas electoralistas, la actitud resignada de muchos agricultores y ganaderos de aguantar a ver si vienen tiempos mejores, son factores que han hecho caer a los profesionales del campo en un agujero sin fondo del que es difícil salir pues, una vez que fallan las fuerzas y, sobre todo, la confianza en el futuro, la actitud generalizada es esperar a ver si alguien nos saca del pozo.
Pero no sirven terapias anestesiantes, ni claudicar ante el acoso que solamente persigue el abandonismo agrario, ni recetas del tipo de enrocarse en la resistencia numantina, es necesario desarrollar una estrategia para conseguir salir del túnel, para conquistar el futuro.
Lo primero que debemos tener claro es que la agricultura y la ganadería tienen futuro. El ser humano tiene la costumbre de comer todos los días y ningún gobierno puede mantenerse mucho tiempo ignorando la dimensión estratégica del sector agropecuario, hoy más que nunca ya que a la función alimenticia se suma la proyección medioambiental que tiene el ejercicio de la actividad agraria y ganadera.
Por eso hay que conseguir implantar una agricultura que respete y favorezca el desarrollo sostenible, que asegure la calidad y la seguridad alimentaria, y que además garantice que los agricultores y ganaderos europeos puedan vivir dignamente de su trabajo y no de los subsidios, y menos si éstos están en función del abandono de la producción. Con la PAC actual las ayudas públicas representan casi la mitad de los ingresos de los agricultores, pero la PAC actual no busca el incremento de las producciones, sino la limitación de éstas. Implantando un exagerado papeleo y un excesivo control burocrático ha transformado a los agricultores en gestores administrativos. Europa ha caído en la trampa de sustituir precios justos de los productos agropecuarios por subsidios, un sistema que además genera un enorme rechazo social ya que el ciudadano no entiende que se pague a los agricultores por dejar de producir.
Para salir de este laberinto, entre otras cosas, habrá que conseguir establecer una adecuada política de precios, unas leyes de comercio justo, y la implantación de un sistema de márgenes comerciales que eviten la evolución errática y cada vez más desordenada de los precios agrícolas.
Es necesario aceptar que vivimos en un mundo globalizado regido por las leyes de la competencia y de la economía de mercado. Pero la Política Agraria Común no puede caer en el infantilismo y la ingenuidad de desmantelar sus defensas. Es necesario establecer unas mínimas medidas que protejan nuestras producciones agroalimentarias. La Unión Europea no puede dejar absolutamente desprotegido al sector agropecuario propio frente al dumping social, medioambiental, fiscal y monetario que ejercen los terceros países, que, efectivamente tienen derecho a participar en el mercado global, pero con las mismas condiciones y el mismo nivel de exigencia que tenemos los países desarrollados.
Pero además hay que tener claro que tanto la agricultura como la ganadería son sectores económicos que generan superávit económico. La agricultura, la pesca, la ganadería y la industria agroalimentarias constituyen pilares fundamentales para nuestra economía y representan sectores generadores de riqueza, trabajo y prosperidad.
No tenemos la fórmula mágica de la viabilidad futura del sector agropecuario, pero estamos seguros que el propio sector encontrará la solución, que pasará, con toda seguridad por la implantación de nuevos sistemas productivos, por el desarrollo de nuevas estructuras de organización, tanto del trabajo como de la comercialización y la distribución. Una nueva agricultura que pasa, necesariamente, por la renovación no sólo de las personas sino también de las ideas.
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