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COAG-IR Castilla-La Mancha: !Adiós Mr. Marshall¡…

04/05/2005

Uno de los mayores aciertos de los gobiernos de la democracia española ha sido integrar a España en lo que por entonces se conocía como Mercado Común y hoy es la Unión Europea. Durante los últimos 15 años España ha estado recibiendo importantes apoyos comunitarios para su desarrollo. Apoyos que han sido consecuencia de dicha Adhesión, por más que todos y cada uno de los gobiernos estatales y regionales intenten adjudicarse el mérito de estas ayudas.

Entre 10.000 y 14.000 millones de euros anuales ha venido recibiendo nuestro país de las arcas comunitarias, fundamentalmente por dos conceptos: la Política Agrícola Común (PAC) y los llamados Fondos de Desarrollo entre los cuales han tenido una significativa importancia los Fondos de Cohesión.

Gracias a esta versión actual del famoso Plan Marshall americano (del que España nunca gozó) se han mejorado las infraestructuras de transporte, se han modernizado los servicios públicos y privados, se ha invertido en mejora de la competitividad productiva… Miles de kilómetros de carreteras, líneas de tren de alta velocidad, polígonos industriales y dotaciones urbanas en ciudades y pueblos que no hubieran sido posible sin la participación financiera de la U.E.

Pero, además, los fondos PAC, a pesar de su injusto reparto social y de la, a veces, caprichosa elección de cultivos u objetivos subvencionables, ha supuesto durante estos años una ayuda inestimable para miles de comarcas rurales de toda España. Es verdad que el billón de las antiguas pesetas recibido de la Política Agrícola Común cada año en nuestro país, no ha podido evitar la lenta agonía del mundo rural, que poco a poco va desangrándose de gente, sobre todo de jóvenes, que buscan en las ciudades las expectativas personales y profesionales que no encuentran en sus pueblos. Pero también es cierto que de no ser por ese billón de pesetas, lo que ha sido lenta agonía habría sido un despoblamiento brutal y un abandono prematuro de muchos lugares… una catarata de problemas sociales muy graves que esos fondos han evitado.

Pero esto se acaba. Diez nuevos países se han incorporado a la U.E. y aunque España no es más rica en términos reales, si que lo es en términos estadísticos… Seguimos estando algo tuertos, pero ahora estamos rodeados de ciegos. Con la incorporación de países más pobres, el nuestro ha dejado de estar en la lista de los más desfavorecidos y empieza a cuestionarse en la U.E. que sigamos teniendo derecho a beneficiarnos de las ayudas (al menos en las cantidades que hasta ahora se recibían) cuando hay otros europeos que ahora las necesitan más.

Menos fondos de la PAC y de Cohesión

La Política Agrícola Común es la más importante de las políticas europeas. De ahí que los productores agrarios seamos los primeros que sufrimos las consecuencias de esta nueva situación. Por un lado, los presupuestos agrícolas llevan ya años congelados (y en el mejor de los casos seguirán así), por lo que el poder adquisitivo derivado de las subvenciones agrarias se ha reducido al menos en el mismo porcentaje que ha subido el coste de la vida. Pero es que, además, las PAC de antes; la de ahora y sobre todo la que viene, nos ha acostumbrado a recortes de las ayudas, que se pueden camuflar como “modulaciones”, “disciplinas financieras”, “trasvases entre pilares” o como quieran llamarles… pero que, en definitiva, para los agricultores son sólo eso… recortes de las ayudas. Y la cosa no va a quedar ahí… veremos más tijeretazos al presupuesto del capítulo agrario en los próximos años y la tendencia es a una re-nacionalización de la Política Agrícola Común, es decir, a que sean los propios Estados miembros (los que puedan, los que quieran, los que lo consideren electoralmente rentable) los que sufraguen en mayor o menor parte las medidas de auxilio y sostenimiento a su sector agrario. Y si no, al tiempo.

Respecto de los Fondos de Cohesión, la cosa está muy difícil para España. A día de hoy, nuestros políticos están intentando negociar los plazos de reducción de las ayudas más que la propia reducción, que la consideran inevitable.

Yo no se si la nueva política exterior española y “la vuelta hacia Europa” que dicen que hemos dado, servirán para mejorar esas perspectivas. Habrá que ver si Alemania y Francia (que al final, son quienes mandan) se avienen a “cerrarle el grifo” a España en un período no traumático. Pero es evidente que nuestro país debe prepararse para un futuro en el que no sólo vamos a poder contar con menos ayudas, sino que también nos va a tocar ayudar a otros.

El problema fundamental no es sólo ese horizonte preocupante, también hay que valorar que esa realidad no se explique claramente y con suficiente antelación a la ciudadanía y que no se preparen planes para hacer frente a la nueva situación.

Siempre habrá en el Gobierno (en éste o en cualquier otro) quien crea que es mejor no decir las cosas claramente para evitar costes electorales y para que la oposición no use también esta circunstancia para decirles a los ciudadanos “con nosotros estaríais mejor”. Sería un error. Las cosas son como son y la ciudadanía que llega a descubrir la mentira, castigará con contundencia al mentiroso.

La España del ladrillo

En los próximos años se va a poner en entredicho la España del turismo y la del ladrillo. El alubión de turistas compradores de viviendas en las costas se ha parado y la oleada de inmigrantes ilegales dispuestos a pagar 1.000 euros por vivir 10 personas en un piso viejo no durará siempre (cuanto menos mejor).

Las inversiones en viviendas serán menos seguras, pero sobre todo menos rentables, y el capital es siempre miedoso y avariento. Las inversiones de las grandes constructoras son más elocuentes que cualquier discurso y ya están buscando acomodo en otros sectores. La precariedad, temporalidad y movilidad laboral no son el mejor aliciente para hipotecar la vida entera en pagar pisos caros y donde no hay clientes no hay mercado. Todos los Organismos coinciden. La OCDE, el Banco de España y todos los expertos dicen que hasta aquí hemos llegado y que cuanto más se prolonguen las subidas salvajes de la vivienda, más grande será la caída.

Mantener el turismo.

Deseamos que no nos falten los turistas. También sabemos los agricultores que en un país que recibe 50 millones de turistas, se comen más ensaladas, más filetes y se consumen más vasos de vino acompañando a más paellas. Pero también estamos viendo como España se convierte en un país cada día más caro y, de momento, la política económica marcada por Solbes (y también por Ministros anteriores) parece más destinada a que el Estado saque en impuestos su correspondiente tajada de la inflación que a controlarla… y si no, ahí está el ejemplo de lo que está sucediendo con el gasóleo.

La inflación acaba traduciéndose en una pérdida de competitividad de la economía española; sobre todo si ya no se puede uno agarrar al último clavo de la devaluación porque hemos asumido el euro como moneda y si la inflación obedece en buena parte a una simple subida salvaje de los precios “porque si” de la que la Administración no está exenta de responsabilidad.

La acción del Estado, para que la entrada del euro no representase un incremento injustificado del coste de la vida, se limitó a campañas informativas de dudoso o ningún acierto a la vista de los resultados; ya que las subidas en los primeros meses de las tarifas de Correos, de los billetes de RENFE o de los transportes públicos en las ciudades y de las tasas por los servicios de públicos de los Ayuntamientos daban exactamente el mensaje contrario.

Muchos ciudadanos tomaron ejemplo y en sólo tres años hemos pasado de pagar 1,20 Euros por el mismo café que nos costaba 75 o como mucho 90 pesetas en cualquier bar de cualquier pueblo castellano o de pagar más de 60 euros por el mismo par de zapatos “normalitos” de piel que antes comprábamos a mil duros. Un kilo de judías verdes vale ahora 7 euros (aunque a quien las cultivó le pagaron una miseria) y el precio de la gasolina ya ha fulminado hace tiempo el límite “psicológico” de 1 euro que se suponía “infranqueable” (aunque la subida del crudo haya sido proporcionalmente mucho menor y el mayor beneficiado sea el Estado debido al aumento de la recaudación por IVA).

Los ministros de economía se limitan establecer sistemas de cálculo que maquillan la inflación y la dejan en un aparente 3 %. Sin embargo, echen cualquiera de ustedes las cuentas de su IPC personal (lo que ha subido su vida, su bolsa de la compra, su ocio, la educación de sus hijos, sus gastos sanitarios y de transporte, su ropa y su calzado) y verán lo que les sale.

Si nadie hace nada “de verdad”, no hay que tener muchos “master en economía” para saber que con estos precios España pierde capacidad de atracción, de forma importante, como país turístico por excelencia. Miren las ofertas en los escaparates de las agencias de viajes y verán viajes a destinos exóticos en hoteles de súper lujo con todo incluido casi al mismo precio que la estancia en media pensión en un hotelito decente de tres estrellas en Fuengirola.

Se impone en un futuro cercano sacar lo mejor de nosotros mismos, aprovechar los avances de todo tipo que se han producido en la sociedad española, ponernos a mejorar las posibilidades actuales del país y buscar otras nuevas. El mundo rural, al que en ocasiones se ha considerado como un lastre para el progreso, podría jugar un papel importante en cuestiones como el futuro aumento de los costes energéticos, de aumento de la demanda de alimentos, de nuevos servicios turísticos y medioambientales… pero para ello debemos prepararnos.

¿Volver la vista al campo?.

No es fácil que se produzca la vuelta al campo… al menos entendiéndola como un retorno a la agricultura y la ganadería como el principal componente de la economía de nuestro país. Pero ello no significa que deba despreciarse lo que la actividad agraria y las zonas rurales puedan aportar al conjunto de la economía nacional y al desarrollo y el bienestar de la población. Y muchos tenemos la sensación de que estamos sufriendo ese desprecio por parte de los poderes públicos y que se está dejando que sean las multinacionales las únicas que estudien nuevas vías de aprovechamiento de la potencialidad rural… el problema es que de las multinacionales la experiencia nos dice que no podemos fiarnos porque sólo se quedan mientras no encuentran otra ‘ubre’ más jugosa.

Hace quince años cuando hablábamos de parques eólicos en la Mancha los políticos se reían. Dinamarca estaba entonces lleno de hélices y España las ha descubierto ahora. Puede que suceda lo mismo con las posibilidades de la biomasa y los cultivos energéticos para producir bio-combustible, que también son contemplados aún con risueño escepticismo.

Si algún día llegan a desvelarse las verdaderas razones de la Guerra de Irak y cuales son las previsiones acerca de la situación de las fuentes de energía, quizás se nos descomponga el gesto y volvamos la vista a lo que hoy muchos colocan en la misma estantería que la regeneración genética de los dinosaurios.

Lo cierto es que los motores de los automóviles en Europa están ya funcionando con un 5 % de combustibles bio; que sin ninguna rectificación los motores actuales admitirían hasta un 20 % y que si se introdujera alguna pequeña modificación, se podría llegar a llenar una parte mucho mayor de nuestros depósitos con combustibles extraídos del procesado de la biomasa.

Por lo tanto el camino está en prepararnos para ello… o como en muchas otras cosas, en vez de producirlos nosotros acabaremos por importarlos de terceros países.

Es verdad que la agricultura española está un poco desvencijada, narcotizada por las ayudas y con un futuro incierto ante la aplicación de la nueva y demoledora PAC del desacoplamiento de las ayudas. Pero también es verdad que, en las dimensiones europeas, España es un país grande, con muchas hectáreas, con buenos profesionales agrícolas, con miles de pueblos llenos de cultura y paisajes, con una gastronomía riquísima, con buenas carreteras para que se trasladen por ellas las personas y para transportar los productos, con mucho sol y con agua menos abundante y mal repartida pero aún así, con posibilidades en amplias zonas.

A España, en el futuro inmediato, no la va a sostener ni el eje Paris-Berlin ni los Estados Unidos. Seamos nosotros los que hagamos las cosas bien y seamos nosotros mismos los motores de nuestro futuro desarrollo; independientemente de las políticas de amistad y cooperación que nuestros gobiernos deben mantener con todos los países. Si actuamos así, a lo mejor no se nos queda en unos años la cara con la que Pepe Isbert -en la famosa escena de “Bienvenido Mr. Marshall”- veía alejarse, sin ni siquiera parar, el coche de quien se pensaba iba a traer la modernidad y la riqueza a su pueblo.

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