Desde diciembre de 2013, los
agricultores no pueden comprar ni sembrar semillas que hayan sido tratadas con
neonicotinoides en cultivos que sean atractivos para las abejas, como el cultivo
de colza. La prohibición de este fitosanitario ha tenido un impacto económico y
medioambiental que ha sido estudiado por numerosos expertos de la Unión Europea.
Todos estos estudios han sido recopilados y analizados, recogiendo las
conclusiones que se aprecian en el documento “Banning
neonicotinoids in the European Union: Economic and environmental costs”
(http://hffa-research.com/wp-content/uploads/2017/01/2017-01-ban-neonicotinoids-European-Union-economic-environmental-costs.pdf) informe
realizado con el apoyo de ESA, ECPA y COPA-COGECA
La prohibición en el uso de neonicotinoides ha
causado la disminución del rendimiento de la producción de colza en la Unión
Europea. En total se han perdido 912.000 toneladas de producción, lo que
equivale a toda la producción en volumen de Rumanía. Esta disminución en la
producción, unido a la bajada de la calidad del producto final, ha causado
pérdidas en los agricultores de 400 millones de euros.
Ante la ausencia del tratamiento en las semillas
con neonicotinoides, se ha aumentado el uso de otros insecticidas lo que se ha
traducido en un aumento del coste de producción cercano a los 120 millones de
euros. Pero la prohibición en el uso de neonicotinoides no sólo ha causado
impacto en el sector agrícola. Toda la cadena de valor ha sufrido pérdidas,
calculándose estas en torno a los 360 millones de euros.
Las pérdidas totales derivadas de la prohibición
de los neonicotinoides en cultivos de colza ascienden a los 880 millones de
euros anuales.
La prohibición en el uso de neonicotinoides
también ha tenido un impacto medioambiental. Para hacer frente en el mercado
global a la perdida de las 912.000 toneladas de producción de colza en la Unión
Europea, han sido necesarias 533.000 hectáreas de nuevas zonas de cultivo. La
mayor parte de estas tierras están localizadas en Oceanía y la antigua Unión
Soviética, lo cual ha obligado a la UE a ampliar sus socios comerciales respecto
a este cultivo.
El cambio en el uso de la tierra ha producido un
aumento en las emisiones de gases invernadero de 80,2 millones de toneladas de
CO2. Estas emisiones son similares a las producidas por Australia en un año.
Convertir estas más de 500 mil hectáreas de hábitats naturales en cultivos ha
supuesto una pérdida en la biodiversidad equivalente a la perdida de especies
que se encontrarían en 333.000 hectáreas de bosque tropical de Indonesia.
Además se ha aumentado el consumo de agua en
cultivos de colza, debido a la prohibición en el uso de neonicotinoides, a más
de 1,3 billones de m3 a escala global lo que equivale a 2,3 veces el volumen de
agua del puerto de Sidney. Esto es debido a que, pese a que en la UE se haya
disminuido el consumo de agua en este cultivo, este ha aumentado en las zonas
fuera de Europa que han comenzado a cultivar colza debido a que sus técnicas de
cultivo no son tan eficientes.
En conclusión, la no aplicación de una tecnología
(como es el caso del uso de neonicotinoides en semillas de colza) tiene algunos
impactos positivos en aspectos específicos del medioambiente pero genera
múltiples perturbaciones que deben ser estudiadas.
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